jueves, 26 de noviembre de 2009

Naufragio


Naufragio


Perdido en una pequeña isla, incomprendido,
A veces navego por el océano sin rumbo fijo y sin tripulación alguna,
Y llego, a ningún lugar,
Sigue siendo el océano,
Algún día diré: ¡tierra a la vista!
Y me quedaré por siempre ahí.
Traje conmigo un par de binoculares,
Con los cuales, sólo atisbo imágenes caleidoscópicas de la realidad,
Escribo y describo aquellas imágenes,
¿Debería lanzar una botella al mar?
Alguien del otro lado, quizás, y digo, sólo quizás,
En aquella remota posibilidad, me encuentre,
Otro náufrago talvez,
Pero desde aquí, no veo nada, sólo olas en la mar.

Máscaras


Tengo ganas de ponerme una máscara,
Una máscara que me ayude a ser otra persona,
Que me haga distinto,
Probablemente seré más galante o más temido, no sé, pero seré distinto,
Detrás de su careta, podré ser quien yo quiera,
Después de todo, portaré un buen disfraz, nadie sabrá de mí,
No habrá más sentimientos expuestos ni complicaciones emocionales,
Todo se quedará, detrás de la máscara,
No se verá al miserable ser que yace dentro,
Danzaré por el carnaval de la vida sin que nadie me reconozca,
Habrá diversión, folklore, regocijo, fiesta.
Probablemente, una que otra historia trágica,
Pero hablaré de lo bien que me va después de eso,
¡No me ven ahora! ¡Estoy alegre!
Que tontería, siempre he portado una máscara,
Quizás, todos portamos máscaras,
Yo soy una máscara,
Qué triste es ser una máscara.

La dialéctica del amor


Todos le escriben al amor, pero y qué de la monotonía,
Cuando termina la pasión que se creía eterna,
Cuando los sexos no se buscan más,
Cuando las palabras se han vuelto espadas en discordia,
Tantos sentimientos mutilados y otros cuantos muertos en batalla,
¿En qué momento se terminó el juego del amo y el esclavo?
Parece extraño, pero todos los discursos de amor,
Si se les quiere llamar así, se devalúan con el tiempo.

Simbiótica relación


¿Soy el que escribe o soy el que duerme, camina y come?
Parece que no somos el mismo, y me siento orgulloso de ello,
De no ser ese mísero ente de carne y hueso,
Me encuentro casualmente encerrado en su mortal cascarón,
Incapaz de defender su palabra ni sus convicciones,
Infausta máquina rutinaria que sólo se mueve por inercia,
Duerme cuando tiene sueño, come cuando tiene hambre,
Hubo un tiempo en que nos creíamos el mismo,
Afortunadamente a tiempo comprendí que no existe tal,
Apenas estamos aprendiendo a vivir en comunión,
Pero si fuera posible, nos desharíamos el uno del otro,
Para él, figuro como un parásito de ideas sin sentido,
Para mí, simplemente es un imbécil,
La verdad es que no se merece esta reflexión,
Pero no somos el mismo y tenía que aclararlo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

¡En todos los manicomios hay locos con tantas certezas! yo que no tengo ninguna ¿Soy más cierto o menos cierto?


Divagación libre

Vivo en un mundo cada vez más simple, más cuerdo, más soso, tan amargo y tan insípido al mismo tiempo, carente de ese irreal surrealismo, un mundo que cree que tiene todas las certezas pero está lleno de incertidumbres, es un abismo de significados, es una ironía globalizada, es un intento de cordura, es… llámese pesimismo o simplemente una noche de desvelo en la que intento hilar ideas que me acosan y me acusan, que me sobran y me pesan, qué sé yo, ya tengo sueño…


El siguiente poema es de Álvaro de Campos, heterónimo de Fernando Pessoa, considerado por muchos uno de los más grandes poetas del siglo XX, cada uno de sus poemas adquiere el alma de sus diferentes personalidades en una suerte de mimetismo...

Poema en línea recta

Aún no he conocido a nadie que hayan molido a palos.
Todos mis conocidos han sido campeones de todo.
Y yo, tantas veces despreciable, tantas veces inmundo, tantas veces vil,
Yo, tantas veces innegablemente parásito,
Imperdonablemente sucio,
Yo, que tantas veces no he tenido la paciencia de bañarme,
Yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,
Yo, que he dado públicos traspiés en las alfombras de etiqueta,
Que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
Que he sufrido ofensas y he callado,
Y que cuando no he callado todavía he sido más ridículo:
Yo, que les he parecido risible a las camareras de hotel,
Yo, que he advertido guiños entre los mozos de cuerda,
Yo, que he hecho picardías financieras y he pedido prestado sin pagar,
Yo, que a la hora del puñetazo lo he esquivado
Agachándome hasta más debajo de donde era posible el puñetazo;
Yo, que he padecido la angustia de las pegueñas cosas ridículas,
Yo compruebo que en todas esas cosas no tengo par en el mundo.
Todos los hombres que conozco y me dirigen la palabra
Jamás han tenido un acto ridículo, jamás han sido ultrajados,
Jamás han dejado de ser príncipes – todos ellos príncipes – de la vida...
Ojalá pudiese oír la voz humana de alguien
Que confesara no un pecado, sino una infamia,
Que contara no una violencia, sino una cobardía.
No, todos son el Ideal si les oigo y me hablan.
En tan vasto mundo, ¿no habrá quien confiese que ha sido vil alguna vez?
¡Oh príncipes, hermanos míos,
ya estoy harto de los semidioses!
¿Es que no hay seres humanos en el mundo?
¿Seré acaso el único ser vil y equivocado de la tierra?
Podrán no haberles amado las mujeres,
Podrán haberles traicionado – pero ridículos, ¡nunca!
Y yo, que he sido ridículo sin que me hayan traicionado
¿cómo voy a hablar con esos superiores míos sin titubear?
Yo, que he sido vil, literalmente vil,
Vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.
(Álvaro de Campos)